Revista de creación artística y literaria

30 de diciembre de 2008

ANTONIO GARCÍA VILLARÁN



CONFESIONES

Confieso que he vivido,
aunque no lo suficiente,
que las religiones me dan pena
y la muerte me da risa.
Confieso que me llevaron
más de una vez en taxi al piso
y al día siguiente
no me acordaba de nada.
Confieso haber tocado las tetas
de Madmoiselle Espina
en la boca de una esquina
con siete puertas.
Confieso haber comprado
mil cosas inútiles
a precios inútiles
y haberme sentido importante
por tener un objeto bello,
que me gusta tragarme sólo mis miserias
y acabar de vez en cuando
a la 6 de la mañana
llamando hermano
a algún desconocido.
Confieso que lloro, claro, como todos,
aunque aprendí a hacerlo para adentro
y no molestar así a los vecinos.
No es ningún secreto
que escondo perlas de sal
en cuevas donde nadie
podrá nunca admirarlas,
que tengo la edad perfecta
para pasar de largo
por mi segunda adolescencia.
Confieso que después de jugar limpio
contra el sistema
el sistema me pateó las costillas,
y sus hombres de paja
se rieron en mi cara
y ni los abogados pudieron parar
su tromba de pedradas,
también confieso
que os la tengo
guardada.

24 de diciembre de 2008

PILAR PRIETO HERNÁNDEZ




AMAR SINTIENDO...


Te conocí una mañana gris de noviembre. Fuimos a la cafetería de la empresa a tomar café, y me dijiste que por la mañana era la única bebida que tomabas.
Es extraño lo que se puede recordar después de 10 años. No es un rosario de declaraciones de amor incondicional, sino tus uñas comidas por los nervios mientras jugueteabas con la anilla de una lata de refresco. Hace un par de sábados creí que eras tú la que esperaba cargada de ropa en el probador de aquella tienda de ropa. Suspiré tu nombre cuando me di cuenta de que no era tu sonrisa la que me miraba.
Tú madre suele escribirme un par de veces al año, manteniendo así vivo el débil hilo que me mantiene unido a tu familia. Sé que tu hermano Víctor, volvió de Bélgica, y que Pablo está a punto de tener una niña. Hay veces que percibo el olor dulzón de la turba de la chimenea en esas hojas llenas de letras apretadas. Cuando me siento a leerlas puedo oír la lluvia agitándose contra los cristales, y el viento vuelve a helarme los pies. ¿Sabes? Hasta que os abandoné no me di cuenta de que mis dedos iban a echar de menos el quedarse enganchados en tus rizos ásperos, o que tus ojos no eran de color verde, sino dorados como miel de tomillo. Nunca pensé que tu nombre me traería el recuerdo de una hogaza de pan enfriándose en la despensa.
Un día de verano, uno de esos veranos cortos que solo duraban una semana, fuimos a la playa en Coil. Había que bajar por un camino de piedras sueltas en el acantilado, tropecé. Me dejaste descansando en la hierba húmeda y dulce y me prometiste un regalo. Os vi saltar entre la espuma helada, y cuando regresaste sin aliento depositaste en mis manos una caracola gris y punzante que aún hoy llora con el ritmo de las aguas de tu tierra.
Vuelvo a verte de pie junto al fregadero, desmenuzando cuidadosamente los champiñones para la crema que todos los sábados prepara tu madre. Nuestras olían a especias cuando terminábamos de mezclarlos con el ajo y el orégano, y siempre me lavaba las manos con cuidado para eliminarlas. Decías que tenía que cuidarme más si quería conocer a algún chico que no fuera de tu familia, pues tus hermanos no eran de lo más recomendable. Te reías cuando tropezaba de madrugada al volver deprisa de la habitación de Víctor para que tu madre no nos descubriera, y te negabas a creerme cuando te decía que tu hermano era lo mejor que me había ocurrido. ¿Acaso sabías que sus labios eran para mí como un premio de consolación? Nunca fui más feliz que el día aquél que lo encontré en la cama con aquella pendona rubia, y tú me llevaste de pub en pub y me acariciaste la frente mientras vomitaba mi desazón.
Sé por tu madre que te casas con Luis dentro de dos meses, aquél novio que se fue a Bélgica y regresó cuando ya habías perdido la esperanza. No iré a tu boda. Una visión de tu abrazo pecoso me haría perder el aliento, tu pelo trenzado de flores traería a mis labios palabras innombrables. No podría levantarme y recitar mi brindis por los novios sin sentir que mis lágrimas no eran alegres. Cuando me cruzase contigo al bailar, vería como una gota de sudor se deslizaría por tu nariz pequeñita y querría acercar una mano, tocarla y llevarme el dedo índice a la boca y llenarme de tu sabor.
¿Cuántas veces nos hemos sentado junto a la chimenea en una noche de abril? Te miraba, mientras jugueteabas con las largas mangas de tu jersey favorito, y te hablaba de cómo me podía enamorar de unos labios o la sombra de una peca junto a tu clavícula. Te reías, y yo soñaba con el momento en el que suspirarías junto a mis labios, y en que gemirías suavemente bajo mis dedos.
Tu mundo cambia, sé que tu memoria se ha difuminado de tu alma. Te veo sonriendo distraída cuando tu madre te está leyendo mi última carta, y te cuenta mi último fracaso. Año tras año le hablo de cómo he caído en la telaraña de unos brazos infinitamente más jóvenes que los míos. No me atrevo a contarle que mi corazón se va destrozando lentamente, y me pregunto si ya es hora de dejar de invocarte cuando llegan las penurias. Tú lo sabías, siempre fuiste la voz sensata de mi cabeza. Dímelo, susúrramelo por última vez mientras mis recuerdos se desvanecen.

18 de diciembre de 2008

CRISTINA CASTRO MORAL



REDES CRISTALINAS



Orgasmo celular radio cinco
con tu boca bisectriz centrífuga
estructura atómica latente
potencial de caricia migrativa
o escalofrío intersticial reflexivo
más mi espalda sin frecuencia sobre bajo tras
dos segundos al cuadrado de la tuya
más piel que isótopo en volumen
transversalmente en contacto difusivo
derivando flujo estacionario de sudor cúbico
sin coeficiente opuesto resbalando
por pliegues suaves romboédricos
sin probabilidad crítica de tracción al roce
menos integral binaria en las yemas
elevado a tu nuca algorítmica
tendiendo a infinito los poros gráficos
cuánticos aniónicos de asíntotas en la lengua
sin ley teorema postulado sobre el pecho
que separe en interfase mi alotrópica
visión disolutiva de tus ojos iónicos.
Quieto.
Toma aire en cada ecuación.
Seamos un solo átomo.



12 de diciembre de 2008

4 de diciembre de 2008

ANA PATRICIA MOYA RODRÍGUEZ


TENGO UNA PISTOLA


¿Sabéis? Tengo una pistola. La escondo en el cajón del armario, la limpio todos los días con un trapo. Mi víctima de hoy es mi novio. Bueno, mi ex novio, porque he cortado con él y dentro de poco vendrá a casa a recoger sus cosas. Mira por dónde: ya está llamando a la puerta. Yo escondo el arma en mi bolsillo y le abro. El muy cabrón, sin dirigirme la palabra, entra al cuarto, saca su maleta y empieza a llenarla con ropa, videojuegos, cómics y demás pertenencias. Yo le observo, furibunda, pero no me lo cargaré aquí. Cuando termina, no abre la boca para despedirse de mí: se va directo del piso. Yo me asomo al pasillo y veo como se aleja hacía las escaleras, paso a paso. Sé que ha llegado la hora de poner punto y final. Saco la pistola. Apunto. Lo mato. Lo mato en mi corazón. Lo mato en mi cerebro. Y no, no ha habido disparo de mi pistola de juguete, pero el asesinato ya ha sido cometido. ¿Sabéis? Ya me está aburriendo la pistolita de las narices. Tenía que haberme comprado en la juguetería una metralleta con ruido para haberle dado un buen susto a mi ex porque más susto me dio a mí cuando lo pillé con mi mejor amiga en la cama.

1 de diciembre de 2008

UNA PRESENTACIÓN ENTRE AMIGOS







Así fue la presentación del número 0,2 "Nueva York" que hicimos en la librería "Rafael Alberti", muchas gracias a todos.
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