Revista de creación artística y literaria

3 de diciembre de 2007

MARGARITA VERDEGUER

SEÑORES PASAJEROS


Lima, 13 de julio de 2007

- Señores pasajeros, damas y caballeros, discúlpame que interrumpa tu lindo viaje y tu linda conversación, voy a cantarte una canción.
Y la despeinada niña de unos 10 años, saca de su bolsa de plástico negro un pedazo de madera redonda con muescas pequeñas y un peine. Hace la prueba rápida de sonido, y empieza la música. Apenas abre la boca para cantar. Se siente un zumbido melancólico, cansado y un poco aburrido de subir todos los días a todos los micros a cantarle a todos los señores pasajeros damas y caballeros, interrumpiendo todos los lindos viajes y todas las lindas conversaciones.
- Y para no venir con las manos vacías te ofrezco unos chocolatitos dos por cincuenta, cuatro por un sol. Por favor, no me ignores ni me rechaces.
Y efectivamente pasa por todo el bus ofreciendo los chocolates mientras te pide con voz que parece que estallará en llanto en un segundo “colabórame”. La pequeña viste un abrigo artesanal, usa el cabello largo y tiene la nariz tupidita, no por efectos de la “moda”, porque en Lima las chicas “nice” siempre hablan como si tuvieran un moco en la nariz porque la moda es ser alérgica. No, esta pequeña habla como si tuviera alergia, porque la tiene.
Fuera de la combi calientita la espera la humedad miraflorina. Caen gotas impercepibles de lluvia que no sabes por dónde llega, pero enfría y moja todo. Y se cala en los huesos, sobretodo en los huesos pequeños de una niña que a sus diez años no está jugando con sus amigos, o haciendo sus tareas, sino interrumpiendo lindos viajes y lindas conversaciones para aturdir a aturdidos limeños con una música difícil de tolerar luego de un largo día de trabajo mal pagado.
Esta pequeña se pasa los días trabajando junto con otros niños tan o más pequeños, vendiendo chocolatitos a dos por cincuenta y cuatro por un sol, para luego llegar con el producto del día a sus hogares, a entregar la ganancia a sus padres o padrastros y cuidadín con gastarse algo o con comerse uno de los deliciosos chocolates. A lo mejor sueña con un día ser madre y quedarse en casa descansando mientras sus hijos suben a las combis limeñas a ofrecer chocolates, o caramelos, o galletas.
Todo esto pasa mientras el aturdido y cansado pasajero sin ganas ni de pensar en la niñez de la vendedora, se mete la mano al bolsillo, saca cincuenta centavos, le pide dos chocolates y se los devora, sin siquiera dirigirle una mirada. Para qué, todos los días es lo mismo y todos los niños son iguales.




Texto: Margarita Verdeguer: emeve.wordpress.com/ficciones/

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