ccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccc Dedicado al Sr. Curri
cccccccccccccccFue volviendo de la universidad, en ese ascensor que parece una máquina rústica de alguna raza arcaica, en ese elevador de metal fue donde me topé con él la primera vez, donde nos miramos como si nada, esa mirada que a mí me resultó tan familiar, y que poco después me recordó a Antonio Cruz, sobre todo por la manera de andar, un poco despistada, como perdida. Entonces yo debía tomar el autobús número cuatro, y los dos atravesamos el Pont Chauderon, pero él se desvió por las escaleras que cruzan hacia la biblioteca y le perdí cuando se metió en el túnel. Aunque claro, era imposible que fuese ese Monsieur Cruz, como le llamábamos ahora, porque debía estar supuestamente en algún arrabal del sur de Francia contemplando desde la ventana la maleza de nubes que crece en los cielos de nuestra Europa, entregado a sus cursos de español y a su literatura, y especialmente atento a aquel premio cinematográfico para el que había sido seleccionado junto con otros veinticuatro finalistas.
cccccccccccccccEsto vino pasándome como dos o tres días hasta que por fin me decidí a seguir a aquel Antonin Bouleau (pronto aprendería su nombre) por ese pasaje oscuro lleno de pintadas, entre el olor a orín y a heces, intentando no pisar a un vagabundo que dormía atravesado de pared a pared. Bajamos hasta los subterráneos del parking y de allí me llevó a una puerta en muy mal estado, protegida por un candado que habría caído fácilmente de una patada. Pero él sacó algo brillante del bolsillo de la chaqueta marrón, una chaqueta con coderas, lo recuerdo bien, y abrió la puerta y entró, y esperó a que yo entrase con él para cerrarla. Una vez dentro introdujo la llave en una ranura y el suelo empezó a subir. Yo ahí no tenía miedo, me pareció divertido, pensaba ya en plantarme delante del cuaderno cuando volviese a casa y escribir alguna historia o cuento corto dedicado a Antonio Cruz. Luego fue cuando se puso a explicarme todo el proceso, y aquello me hizo pensar en ese relato en el que un hombre recibe la memoria de un reconocido dramaturgo inglés, y él está deseando recibirla, pero descubre al final que sólo ha heredado la memoria, no el talento. Pensé acto seguido en toda la teoría de Beckett sobre la futilidad del lenguaje, y sobre eso que dicen de que la lengua es una frustración constante, pero después de este tiempo he comprendido que se trata más bien de una maldición. Y es por eso que te cuento esto antes de llegar al Pont Chauderon, porque es importante que comprendas el mecanismo, es casi más importante, diría yo, memorizarlo, recordar perfectamente el camino desde el momento mismo en que se abra el ascensor y salgas al puente, y sobre todo no olvides cruzar la mirada con otro pasajero y esperar parecerte a alguien que conozca.
ccccccccccccccYo bajo aquí, buena suerte.
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Texto: Borja Criado, http://microficcion.blogspot.com/
1 comentario:
Ante todo: jajajajajajaja. Después de recuperar el aliento decir guauuuu!!! este tipo tuvo que leer a Hoffmann mientras su madre le preparaba el desayuno! Y, por último, qué gran disertación sobre el lenguaje, si Beckett levantara la cabeza le pegaría un coscorrón.
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