Revista de creación artística y literaria

3 de mayo de 2008

DANIEL GONZALEZ IRALA


EL LOOK DE UN TRIUNFADOR


Lleva americana escocesa, bebe whisky White Label (o si no hay, se conforma con una copa de Mateus Rosé), se perfuma con Titto Bluni y fuma, preferentemente en lugares cálidos, alguna marca de tabaco rubio light; se mira, se peina, se repasa, está esperando con el periódico del día abierto en la sección de Economía, a una chica, una de tantas de las que pasaron por su vida, sin advertir su alergia al compromiso, a lo establecido, a lo que por exceso de familiaridad, le parece trillado y poco glamouroso; es una criatura anónima, pero tiene ínfulas de triunfar, porque ese es su destino y el secreto propósito que entre unos padres obreros y un estilo de vida más o menos adinerado, le hicieron procurarse: triunfar, comer, beber y vestirse en los mejores sitios, disfrutar de las más envidiadas compañías, aunque eso suponga a veces una pequeña piedra en el zapato o desliz, que simplemente se iría sacudiendo desde la suela al talón con un golpe seco. Así era Peter Smith, un tipo de nombre anodino, pero perfectamente identificable por las páginas de Google como alguien que manejaba dividendos y ofrecía al mundo su renovada y orgiástica visión de lobo estepario, capaz de hacer lo que fuera por conseguir dinero, y por tanto mujeres, y por tanto ropa.
Tras terminar una dura carrera de Arquitectura en la Universidad y probar los distintos departamentos de trabajo que le ofrecía tal distingo, no le faltó a Pete carrera de fondo como asistente y técnico de despacho que, aunque venido a menos, ya hacía sus primeros pinitos. Pero la vida imponía su marcha, y no había subida de sueldo sin renuncias laborales que para una familia a la que le había costado salir adelante suponía un nuevo paso a un precipicio que él no veía como tal, al fin y al cabo progresar significaba eso, dejar rencores para ganar ambiciones, progresar para no dilatarse, correr, asumir el vértigo y una necesidad un tanto insensata de éxito. El padre de Pete, Mann, además dejó de ser una referencia para él pues años antes de terminar en la escuela, de alguna forma fracasó por razones de idealismo como empresario, lo que provocó una separación irreductible con el amor y madre de sus hijos. Sentirlo servía de poco, y si bien la hermana de Pete vio peligrar su salud por un comportamiento que la hacía retraída y excesivamente tímida, lo cierto es que el único empuje posible y plausible era dar rienda suelta a los deseos y ambiciones de Pete, quién reconvertido en héroe (más para sí mismo que para el resto) tendría que dar la apariencia y el empaque de los hombres hechos a sí mismos que colaboraban como podían en la economía familiar.
Esta decisión o imagen superlativa de sí mismo le hizo abandonar ciertas inquietudes artísticas sobre su sector, así como técnicas, para observar antes de tiempo y con pasión, como el poder estaba en los consejos de administración y en la gestión, en algo intocable y supremo más por el deseo que por la realidad; seis años de carrera y una peculiar y corta actividad en busca de sí mismo, le hicieron subrogar sus prerrogativas a un único bien, aunque ello supusiese trabajar de camarero, ese bien, era, por supuesto, el dinero.
Morenazas de ojos verdes, rubiancas de escote voluptuoso, todo tipo de mujeres se acercaban en busca de seducción o quizás algo más; inteligentes, tontas, oportunistas; airadas, excéntricas, tranquilas, nerviosas, serenas, todas tenían algo que pedir al nuevo yogurín que entraba impoluto y de traje todos los días, ¿hacer o dejarse hacer?, ¿mirar o contemplarse de nuevo en el espejo como un cisne hipersensible que conquistaba corazones, un tipo recto, en apariencia íntegro, cabal, cerebral, asertivo, aventurero, clásico?.
Pero, ¿qué aparencia había tras este poderoso look?, ¿habitaba Superman dentro?, desde luego nadie diría que era ese Christopher Reeve de los últimos años el que tantas pasiones levantaba; al principio era todo un juego, pero implacable, no se mostraba igual de dulce ante la mirada de los envidiosos (ay, siempre los hay) que veían que en su integridad el tipo no se prestaba a aventuras de fin de semana y que la idea de experto financiero no se asociaba al de ponedor de cuernos con doble vida. Sus aventuras las vivía de una forma individualista y acérrima y se soportaba a ellas, tanto como a su identidad tópica de machito, desde la ingenuidad de un antihéroe de Huston, con una naturalidad arrebatadora, que daba una imagen de perfección y limpieza ante los demás, que sólo se rompía ante una endeblez de carácter que lo hacía demasiado asequible a todo el mundo, no por su don para la conversación, sino por su natural donosura y simpatía. Era Peter uno de esos caracteres complejos que de tanto ser analizados por otros se hacía frágil y conseguía hacer o convertir sus pensamientos en cristalinos (o al menos así lo sentía) ante quién simplemente, plácidamente, le observaba.
Su talle y porte transpiraban la tranquilidad que para Jane tenía Tarzán, pero, ¿y por dentro?, ¿qué pasaba por esa cabeza inquieta y rocambolesca, desconfiada y a veces pertrecha, si no era la inseguridad de una juventud con pocos errores y menos frustraciones aún?.En su fuero interno, necesitaba equivocarse, cagarla de una forma definitiva para sentirse vivo, abandonar sus viajes con compañeros a Estados Unidos o Budapest, para visitar de una vez por todas los peligros de África, aunque no fuese para convertirse en Kapuscinski, sólo para darse cuenta de la suerte que desde la humildad le llevó al camino.
El affaire impropio y las ganas de meterla en caliente sobrevino a lo que muchos pensaban era su perdición como hombre de negocios; dado que aún arrastraba el complejo de no pertenecer a una familia que igualase su tipo y calidad de vida, decidió optar por una exuberante jovencita de padres adinerados y con puestos en distintas ramas del sector bursátil, primeras espadas en electricidad, químicas o editoriales, y no sólo el sector de la construcción; la decisión no era premeditada, pero aquella mujer lo quería atadito y dispuesto a irse a su pueblo a vivir cuando apenas llevaban dos meses acostándose; para Peter, Sylvia (que así se llamaba), iba muy rápido y si bien su carácter e inteligencia así como un morbo por el que él la había espiado desde su cuarto mientras se bañaba, le hacía rebelarse más hacia estas salidas de tono que hacia su agradable compañía. Con Sylvia, Peter descubrió que no es bueno que el hombre esté solo, sobre todo si le crecía cada dos por tres un bulto entre las piernas que a veces no se le quitaba ni con baños de agua fría. Antes de formalizar cualquier mudanza de ella a su apartamento (aunque fuese la del cepillo de dientes) se aseguró tácitamente de que en su vida no habría problemas de celos o susceptibilidades por amistad heridas, pero cuando adivinó que ella trabajaba en otra sección, pero en la misma multinacional, su vida se sumergió en una pesadilla y paranoia que le hacía desconfiar de cualquier comentario y ser él la víctima de aquello que había querido evitar en los demás; sentía que esta vez sus pensamientos eran aún más transparentes cuando lo que empezó a llamar la atención de los otros es que tenía un affaire deslizante y algo siniestro con una comercial; este problema le hizo rendir menos en el trabajo y establecerse más como medianía, que desde la brillantez del triunfador que siempre se propuso ser.
Ahora, si le preguntabas por su estado de ánimo, se veía al auténtico Peter, alguien relajado por haber podido deshacer de su cerebro esa imagen costrosa de triunfador, pero con un nuevo problema, quizás el de muchos mortales, un problema por pagar hipoteca, comida, casa, por sobrevivirse a sí mismo, por coger las oportunidades y no dejarlas escapar, pues Peter era de esas personas que si no cogen su tren de vida a la primera, se desesperan, de alguna forma, son rápidos, pero igualmente exigentes, tanto consigo mismo, que parecen no concederse perdón por un desliz que en otro sería sin importancia. Este sufrir por amor no le envilecía con el tiempo, es más le hacía cada vez más vulnerable, sin llegar a ver en esta sensibilidad asomo de grandeza, sino sombras de cobardía, como si todo su recorrido personal y profesional quedase anulado y ahora sólo desease amar a Sylvia (de quién todos decía que estaba por interés) y amarla hasta que se le partiese la polla en dos, para así pasar a la historia como uno de esos héroes incomprendidos, que sin hacer nada especial, consiguió atreverse a ser él mismo.


Texto: Daniel González Irala
www.danielgonzalezirala.blogspot.com
Imagen: Jean Paul Belmondo (Película: "Al final de la escapada".1959)

3 comentarios:

samsa777 dijo...

La colección se va ampliando... cada vez, a mejor.

Un fuerte abrazo.

Julio Castelló dijo...

Delicado aunque impetuoso retrato de tantos de ¿nosotros? (jajajaj)

Anónimo dijo...

Normalmente no comento lo que leo, pero me ha gustado. Me ha gustado mucho.

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